Por Patricio Carmody, miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) y el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC).
La visibilidad del G-20 ha aumentado sustancialmente a nivel internacional a partir de la reciente y exitosa reunión de los ministros de Hacienda y presidentes de bancos centrales. Esta visibilidad llegará a su pico durante la reunión de líderes en noviembre, donde los jefes de Estado y de gobierno dominarán tanto la escena como los contenidos del G-20.
Hasta el Congreso de Viena (1814-1815), que tuvo la tarea de construir un nuevo orden internacional luego de la derrota de Napoleón, los grandes y decisivos encuentros diplomáticos fueron generalmente protagonizados por jefes de Estado o de gobierno. A nivel europeo, grandes referentes como Richelieu y Napoleón, reyes prusianos, emperadores austríacos y zares rusos comandarían generalmente las negociaciones.
En el Congreso de Viena, la “diplomacia de líderes” comenzaría a dejar espacio a una “diplomacia de estadistas”. Así lo señala el diplomático brasileño Sergio Danese en su libro Diplomacia presidencial, donde denomina estadistas a los cancilleres participantes. Tres prestigiosos cancilleres -el austríaco Metternich, el francés Talleyrand y el británico Castlereagh- tomarían el control de las negociaciones, relegando a los soberanos a una función decorativa.
Sin embargo, esta “diplomacia de líderes” retornaría con fuerza durante la Segunda Guerra Mundial, con las reuniones de los aliados Roosevelt, Stalin y Churchill en Teherán y Yalta. Una característica valiosa de estos encuentros sería la posibilidad de que estos jefes de Estado o de gobierno pasaran bastante tiempo juntos. Así, Stalin afirmaría: “Quiero brindar por esta alianza, para que no pierda sus cualidades de intimidad y de libre expresión de puntos de vista. No conozco en la historia de la diplomacia una alianza con estas características”. Estos tres líderes trabajarían con esta apreciada dinámica personal para determinar la división de Alemania y de Europa, y para darle forma al orden mundial de posguerra.
La “diplomacia de líderes” volverá a tener un rol decisivo en el proceso del G-20 este año en la Argentina. Estos líderes no se reunirán en Buenos Aires para decidir divisiones de países o esferas de influencia, pero sí para darle forma al mundo del futuro.
Esta reunión de líderes tiene un alto valor en lo simbólico y en lo concreto. No hay otro foro donde líderes de las potencias establecidas -como Trump, Merkel, Macron, Abe y Trudeau-, de las emergentes -como Xi Jinping, Putin y Modi- y del exterior próximo -Temer- tengan la posibilidad de encontrarse cara a cara y junto a Macri. No hay tampoco mejor foro para representar la diversificación de relaciones que la Argentina busca establecer. A su vez, este espacio de cooperación se ha convertido en el principal foro de concertación para la gobernabilidad del sistema global.
Aunque los mandatarios recibirán el apoyo de sus respectivas burocracias, son los líderes quienes serán los grandes decisores en el G-20. La dinámica de las sucesivas reuniones durante el año darán protagonismo al sherpa argentino Pedro Villagra Delgado, al canciller Faurie, a los ministros de Hacienda y Finanzas y al presidente del Banco Central. Pero es el presidente Macri quien tendrá el rol principal en las reuniones con sus colegas. Allí primarán las sensibilidades y los grados de intuición presidenciales, dejando a sus respectivos segundos “afuera”. Será valioso que las reuniones presidenciales, formales e informales, cuenten con el tiempo necesario.
El G-20 será escenario de una tensión entre líderes, como también de una tensión entre los líderes y sus burocracias. Aquí se pondrán de manifiesto interesantes diferencias, ya que, como afirmó Kissinger, “el espíritu de las políticas públicas y el de las burocracias son diametralmente opuestos. La esencia de las políticas públicas es lo eventual, la esencia de las burocracias es lo seguro”. Es decir que mientras las políticas públicas se enfocan en lo que ocurre, o lo que puede ocurrir, las burocracias se enfocan en evitar desastres y debacles.
El presidente Macri tendrá una enorme tarea en liderar las discusiones y el manejo simbólico de la cumbre. Allí podrá aprovechar para recalcar simbólicamente su preferencia por una estrategia de “horizontes diversos”, como también la natural inclinación de la Argentina a mostrarse cerca de líderes que, como Macron, Merkel, Abe y Trudeau, comparten su visión internacional.
Esta columna fue publicada el 27 de abril de 2018 en La Nación.